Nuestra deuda como sociedad con la educación.
El debate que ha cobrado impulso en varios países en los últimos años sobre cuál es el mejor modelo educativo se ha profundizado aún más tras los resultados de las últimas pruebas PISA. Mi país (Uruguay) no ha sido ajeno a esta discusión, pero lamentablemente, en muchas ocasiones ha estado sesgada por intereses político partidarios. Considero que esto, lejos de aportar una comprensión más cercana de la realidad de los sistemas educativos, dificulta aún más la posibilidad de visualizar el problema. Lejos también de ofrecer una solución definitiva, ya que entiendo que cada país tiene su propia idiosincrasia y cultura, el análisis que deseo compartir será una reflexión desde la perspectiva de un docente de matemáticas con 18 años de experiencia profesional, respaldado por argumentos pedagógicos/técnicos, que dejo a consideración para reflexionar sobre el paradigma competencial.
Se ha debatido mucho sobre este modelo, y en Uruguay, desde el año pasado (2023), se ha implementado una reforma denominada “Transformación Educativa”, centrada en lo competencial. Un primer punto que quiero resaltar es que desde hace muchos años se trabaja en el desarrollo de competencias. No es que nunca se hayan tenido en cuenta, ya que son intrínsecas en la labor y la planificación docente. Desconocer esto es desconocer cómo un docente elabora sus planificaciones.
Por otro lado, el paradigma competencial tiene serios errores en su fundamentación, ya que no es cierto que los saberes se guían bajo un continuo y errático cambio; eso no ocurre (por ejemplo, las leyes físicas, la axiomática matemática, los procesos químicos, etc., no cambian de forma errática ni año tras año). Si se parte de un error de esta magnitud, todo lo que se haga luego estará mal. Esto conlleva a una pérdida de saberes y por ende una baja en los niveles educativos, ya que al primar lo competencial (considerando el conocimiento como un medio), suceden situaciones como la que experimenté el año pasado y en febrero de este año, cuando tuve que aprobar por reglamento el curso de 7mo (1° de ESO) a estudiantes que habían aprobado 8vo (2° ESO), a pesar de no haber entregado ni unas sola actividad para acreditar el curso anterior en el correr del año. Por lo tanto, esos estudiantes pasan a cursar 9no (3° ESO) carente de dichos conocimientos. Esto se justificó con el argumento de que el estudiante recuperaría lo no aprendido durante el proceso, lo cual no ocurre en la realidad. Los estudiantes llegan a bachillerato con serias dificultades y deficiencias en los contenidos, lo que evidencia en la práctica una baja en los niveles educativos.
Por otro lado, otra justificación que dan los defensores de este enfoque es el vínculo y la funcionalidad de la educación con el mercado laboral. Autoridades de mi país han expresado en entrevistas que a los estudiantes “no los formemos mucho en nada que luego el mercado los forma”, con un claro objetivo mercantilista. Cuando se habla de “aprender a aprender” en este paradigma, lo que realmente se busca es formar “empleados multifunción”, dóciles, adaptados a las necesidades de la empresa. Se ve a los seres humanos como bienes de consumo del mercado, de pueblo educado y culto ni hablemos. No se aborda la raíz de la problemática educativa, que incluye, entre otras cosas: 1) una muy mal aplicada y entendida inclusión; 2) la pérdida de identidad de los
centros educativos, que a lo largo de los años se han convertido más en centros psiquiátricos, consultorios psicológicos (sin los equipos multidisciplinarios necesarios), comedores y centros de recreación. De todo menos un centro académico; 3) planes educativos que han primado la flexibilización en un mal entendido intento de “tránsito educativo”, porque sumado a la “inclusión” y un muy mal presupuesto educativo, lo único que se ha hecho es hacinar estudiantes en un salón.
A todo lo anterior, hay que sumarle, y no es un detalle menor, la pérdida del rol de las familias en el proceso de crianza de los niños y adolescentes. Desde la tendencia de ser “padres amigos” (proveniente quizás de generaciones de padres autoritarios) hasta el “darles todo lo que yo no tuve”, hemos perdido el equilibrio. En mi opinión, se ha identificado a los docentes como chivos expiatorios de las fallas del Estado y las familias, y así las cosas no cambiarán; se sale juntos cinchando para el mismo lado.
Estamos en deuda, todos los roles (familias, docentes y autoridades), en buscar consensos y evitar que se impongan reformas educativas con conflictos de intereses mercantiles por parte de los gobiernos de turno. La educación debe convertirse de una vez por todas en una política de Estado.
Article escrit per Javier Berrutti
Javier Berrutti – Docente de Matemática. Montevideo, Uruguay 2024