¿Dejaría usted que experimentaran con sus hijos?

Enrique Galindo Ferrández
¿Es el Diseño Universal del Aprendizaje (DUA) una estrategia contrastada para lograr la inclusión o es una mercancía basada en edumitos? ¿Es eficaz el Aprendizaje basado en proyectos (ABP) para adquirir los aprendizajes básicos de los que depende la buena marcha académica del alumnado?...

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Imagínese un país en el que hubiera una legislación que obligara a alimentar a todos los jóvenes entre los 6 y los 16 años a base de productos ultraprocesados y menús similares a los de cadenas de comida rápida. Se podría variar en el menú semanal de pizza a hamburguesa de carne o pollo y, ocasionalmente, banquetes de chucherías y snacks de bolsa. Las legumbres y las verduras estarían denostadas por considerarse propias de una alimentación caduca y decimonónica que no se corresponde con la alimentación del siglo XXI. Las bebidas deberían ser siempre refrescos azucarados, nada de agua que es muy aburrida y genera frustración.

La «nueva nutrición» y la «innovación nutricional» serían dominantes en las facultades de alimentación, de donde salen los asesores e ideólogos que nutren al ministerio del ramo, muy interesados en poner en práctica sus novedosas ideas nutricionales aunque no estuvieran mínimamente contrastadas. Habría una gran campaña en los medios de comunicación alabando las bondades de la dieta prescrita por ley, anunciando a bombo y platillo lo beneficiosa que es para la salud de los jóvenes y para acostumbrarlos a la dieta de la vida real que llevarán en su futuro, sin contar con lo motivados que irían al comedor. Se crearía una red de formadores que impartirían cursos sobre la «nueva nutrición» y las diferentes maneras de preparar las pizzas y las hamburguesas, cursos que moverían, por cierto, bastante dinero. Iría extendiéndose la idea de que los niños van al comedor a ser felices y no tanto a alimentarse bien y adquirir buenos hábitos nutricionales. Y, ciertamente, entre los más pequeños, al menos al principio, se vería que acuden a los comedores más felices que antes, ante la perspectiva de no tener que enfrentarse nunca más al brócoli o las acelgas.

Muchas familias comenzarían, antes de la edad obligatoria, a introducir a sus retoños en la dieta legislada, pongamos a partir de los 3 años o incluso antes, para que fueran preparándose y porque en esa etapa se acostumbra el paladar a lo que vendrá después. Habría establecimientos públicos que ofrecerían los menús que la ley marca y también algunos privados, de entre los cuales un buen número recibiría subvenciones públicas. Entre los privados, subvencionados o no, algunos harían trampa y ofrecerían menús ricos en alimentos frescos y reducirían el consumo de azúcares, ya que las familias-clientes (entre ellas las de algunos promotores de la legislación nutricional) querrían escapar de lo ordenado para el común de los ciudadanos y proporcionar a sus hijos una alimentación verdaderamente saludable. En los comedores públicos, algunos cocineros intentarían suministrar alimentos más sanos a pesar de ser mal vistos y, en muchas ocasiones, denostados y presionados por la administración.

Pasado un tiempo, algunas familias comenzarían a ver con preocupación los efectos de la dieta oficial en la salud de sus hijos e hijas. Quizá algunas, o puede que muchas, llevaban ya tiempo recelando, pero permanecían en silencio pensando que nadie las iba a hacer caso. Pero la sensación de que se estaba experimentando con su progenie de manera, digamos, poco ética, era cada vez más fuerte.

Seguramente le parecerá que este breve esbozo distópico es una locura y que nadie en su sano juicio aceptaría semejante legislación, por mucha propaganda que la acompañase. Sin necesidad de ser experto en nutrición, cualquiera entiende que se estaría perjudicando gravemente la salud física de los jóvenes y comprometiendo su futuro condenándolos a sufrir prematuramente incontables problemas de salud. Sin embargo, el panorama descrito no difiere demasiado de lo que de unas décadas a esta parte está sucediendo con los sistemas educativos en muchos países, entre ellos el nuestro. Con la promoción del llamado «aprendizaje competencial» y las metodologías que supuestamente lo favorecen, junto con un proceso imparable de mercantilización de la educación (“La hoja de ruta pasa por orientar los estudios hacia las necesidades de las empresas. Desde Primaria a Secundaria y la FP” dijo el entonces secretario de Estado de Educación en 2015), se ha puesto en marcha un sistema que, bajo un manto de buenas palabras, está generando una anemia de conocimientos en el alumnado. Al igual que un menú de comida rápida proporciona una sensación de saciedad que pronto desaparece y no proporciona los nutrientes necesarios, la pretensión de implantar de manera generalizada determinadas metodologías, como el ABP, sin tener en cuenta si valen para todas las etapas y todas las materias por igual, está produciendo una apariencia de aprendizaje que rápidamente se revela como ilusoria y deja importantes lagunas en aprendizajes fundamentales

Permítame recordar una cita de Platón, para ilustrar la pertinencia de la comparación entre la dieta y el sistema educativo. En su obra Protágoras (313c-314a) encontramos el siguiente diálogo:

—¿No es cierto, Hipócrates, que el sofista es una especie de comerciante o traficante de mercancías de las que se alimenta el alma? Al menos, a mí eso me parece.

—¿Pero de qué se alimenta el alma, Sócrates?

—De las enseñanzas, indudablemente, –repuse–. De modo que, amigo mío, no nos vaya a engañar el sofista, alabando lo que vende, como los que venden alimentos del cuerpo, los comerciantes y traficantes. Porque éstos negocian con mercancías, de las que ni ellos mismos saben cuál es provechosa o perjudicial para el cuerpo (pues, al venderlas, las alaban todas), ni lo saben los que se las compran, a no ser que alguno sea, por casualidad, maestro de gimnasia o médico.  Así también, los que llevan las enseñanzas por las ciudades, vendiéndolas y traficando con ellas, ante quien siempre está dispuesto a comprar, alaban todo lo que venden. Mas, probablemente, algunos de estos, querido amigo, desconocen qué, de lo que venden, es provechoso o perjudicial para el alma; […]  procura, mi buen amigo, no arriesgar ni poner en peligro lo más preciado, pues mucho mayor riesgo se corre en la compra de enseñanzas que en la de alimentos. Porque […] una vez pagado su precio, necesariamente, el que adquiere una enseñanza marcha ya, llevándola en su propia alma, dañado o beneficiado.

Como se ve, el problema no es nuevo en absoluto. Podríamos argumentar que las autoridades académicas han sido tomadas por cierto tipo de sofistas, que alaban sus mercancías e incluso consiguen que se conviertan en leyes que obligan a todos a consumirlas, sin saber muy bien si son provechosas o perjudiciales para la formación personal e intelectual de la juventud. Cabría sospechar que determinadas modas que se incrustan en la legislación educativa tienen más que ver con el márketing de quienes las venden y la credulidad de los políticos que las compran que con la preocupación por la mejora real del sistema educativo. Y, si los políticos se dejan seducir con facilidad por las más diversas sofisterías educativas, entonces no es descabellado pensar que se está experimentando con nuestros jóvenes sin calibrar los posibles perjuicios que se derivarán de ello y que no se está aplicando el más elemental principio de prudencia. Ninguna sociedad permitiría que se experimentara masivamente con sus jóvenes en el campo nutricional, no digamos ya en el médico o farmacológico, pero parece que, si se trata de experimentos pedagógicos, la gravedad no se percibe tan inmediatamente, cuando es, si hacemos caso a Platón, donde se decide lo más preciado. La pretensión de convertir todo el sistema educativo exclusivamente en un apéndice del mercado laboral, haciéndolo cada vez más permeable a todo un universo de ideas y valores de origen empresarial, como el culto a la innovación y el solucionismo tecnológico, sin atender a la diferente naturaleza de una institución educativa y una empresa, promovida desde instancias internacionales fundamentalmente económicas (como la OCDE o el Foro Económico Mundial), ejerce una presión irresistible sobre las instancias de decisión política. Por poner un ejemplo, en un documento de 2013 de la Comisión Europea titulado «Apertura de la educación: Docencia y aprendizaje innovadores para todos a través de nuevas tecnologías y recursos educativos abiertos» puede leerse en su página 8 que la Comisión «ayudará a los centros de enseñanza a desarrollar nuevos modelos empresariales y educativos y a emprender una investigación y experimentos políticos a gran escala para poner a prueba enfoques pedagógicos innovadores, la elaboración de planes de estudios y la evaluación de las aptitudes».  

Así que, si las cosas son así, no queda más remedio que empezar a alzar la voz, a tejer redes que unan a familias, docentes y ciudadanía en general, exigiendo que se cuide el sistema educativo, que las reformas que se introduzcan estén avaladas por evidencias rigurosas y no por ocurrencias; que se hagan, en la medida de lo posible, sobre la base de criterios técnicos y no ideológicos; que puedan argumentarse y discutirse ampliamente en el espacio público antes de llevarse a cabo; que, una vez puestas en marcha, sean evaluadas rigurosamente y, en su caso, corregidas. 

No tenemos por qué ser expertos para poder hacernos preguntas y buscar las respuestas adecuadas. Aquí van algunas: ¿Es el Diseño Universal del Aprendizaje (DUA) una estrategia contrastada para lograr la inclusión o es una mercancía basada en edumitos? ¿Es eficaz el Aprendizaje basado en proyectos (ABP) para adquirir los aprendizajes básicos de los que depende la buena marcha académica del alumnado? ¿La digitalización de la educación mejorará el aprendizaje o hay un riesgo cierto de que lo empeore? ¿La escuela debe concebirse solamente en función del futuro laboral de sus egresados?…y, ante todo, a aquellas personas que toman las decisiones en política educativa: ¿Acaso dejaría usted que experimentaran con sus hijos? Pues nosotros/as tampoco.

 

1. https://www.eldiario.es/sociedad/educacion-orientar-estudios-necesidades-empresas_1_2473913.html

2. Para una argumentación más detallada acerca de todo este proceso puede leerse: Fernández Liria, Carlos; García Fernández, Olga y Galindo Ferrández, Enrique, Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, Akal, Madrid, 2023, así como nuestro más reciente Aprendizaje Basado en Proyectos. Un aprendizaje basura para el proletariado, Akal, Madrid, 2024. 

3. Para una explicación y análisis detallado de la «ideología de la innovación» es muy recomendable el libro de Eduard Aibar, El culto a la innovación. Estragos de una visión sesgada de la tecnología, Ned ediciones, Barcelona, 2023.
4. https://eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/PDF/?uri=CELEX:52013DC0654

Article escrit per Enrique Galindo Ferrández

Enrique Galindo Ferrández és professor de secundària.

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